domingo, 14 de septiembre de 2008

/14 Septiembre 1992 -- 2008 Septiembre 14/


Amanecí confuso, como absorto en una mata de viejos recuerdos segmentados que me impedían darle un hilo de coherencia a mi sueño.

Fue casi real, casi tangibles sus manos, palpable su irradiante energía. No tenía idea de en qué pensaba, pero estaba anonadado e inmóvil como si la calma física otorgaría tranquilidad a mi exhausta mente.

Había sido exactamente perfecto, hasta podía sentir todavía mis piernas abatidas por los nervios y la textura del suelo. Avanzaba un paso y retrocedía tres al intentar en vano explicarme a mí mismo qué había ocurrido.

Supongo que todo comenzó la noche anterior, cuando nervioso y tenso me acosté en mi cama y entre momentos de semi-conciencia imaginaba descaradamente mi futuro tan incierto. Fue entonces –creo-, que esas fugaces diapositivas invadieron mi mente, mis pensamientos e incluso mis ojos entrecerrados y fui privilegiadamente obsequiado.

Una claridad indescriptible colmó mis pupilas y me fue imposible sostener la mirada. A medida que mis ojos se acostumbraban a ese estado, pude lentamente acceder –aunque en medida- a un contorno corporal confuso.

Pero lo que sí puedo certeramente afirmar era la calidez de sus palabras. “Recuerdo claramente su voz, la voz pausada…” que pronunció inexactos deseos de un alma corroída por el dolor.

Llegué incluso a apreciar tristeza y una nota de nostalgia o melancolía al dirigirse a mí. Quería consolarla o acercarme, pero mis pies estaban incrustados en un piso que no conseguía – ni tampoco intenté – reconocer. Sabía que sus facciones imperfectamente percibidas me eran familiares, pero tampoco me interesaba. Yo deseaba aprehender su conocimiento, la sabiduría que emanaba o que, por lo menos yo, supe admirar con el transcurso de su discurso.

Hablaba del camino y la vocación individual y social de las personas, del descubrimiento del propio ‘yo’, de la proyección a futuro, de los valores y no sé cuántas cosas más.

Comencé escuchándola atentamente, pero unos instantes después un torrente de anécdotas y antiguas historias aparecían como flashes ante mí; uniendo sus palabras con mi propia vida.

En ese momento descubrí que contaba mis aciertos y fracasos, mis deseos y vivencias, hasta mis sueños, que ya no eran sólo míos sino de los dos. Y eso no me incomodaba en lo absoluto.

Tenía la extraña sensación de que la conocía de toda la vida, tanto como ella a mí. Y que su monólogo era un diálogo. Y que no necesitaba expresiones verbales para comunicarme.

Era un momento de increíble esplendor y paz, ya no importaba demasiado escucharla, su sola presencia cercana me otorgaba la más increíble felicidad y plenitud que en mi vida llegué a apreciar.

De pronto, tal como en un minuto las cortinas de un teatro dejan a los ojos del público su fondo oculto durante horas, aterricé en mis propios pies con un caudal de entrecortadas conclusiones y lo comprendí todo.

Era Ella en mayúsculas. Era tan real como imposible pero ahí estaba, ante mis ojos que tampoco lo podían creer.

Tan rápido como asocié las ideas, tan rápido se desvaneció todo y Ella ya no estaba, sino el raído sofá rojo de mi habitación.

Por fin logré romper mi postura, giré a mi derecha y junto al reloj estaba la fotografía de la mujer de mi sueño.

No me permitía aceptarlo pero era cierto. La que me había despedido a los dos años con el ‘hasta pronto’ más eterno que recuerdo, me había regalado milagrosos minutos a su lado.

Con la mente y blanco y una inusual calma impropia de mi persona, me recosté lentamente otra vez. Estaba tranquilo, mi vida continuaría como si nada, claro, pero yo ahora tenía la convicción de que su ‘hasta pronto’ se convertiría en realidad algún día. Un esbozo de sonrisa se dibujó en mi rostro y yo, con los ojos cerrados, continuaba observando a mi mamá. Sumisa, como nunca la conocí. Irradiante, como jamás la voy a olvidar.
















(no sé por qué redacté todo en masculino ¬¬ la re flashee xD)